16 mayo 2009

Unicornios Rosa al Rescate

Unicornios Rosa al Rescate

“Un día soleado en Saltadilla”
“-¡No, Monstruos, Ah!”
“¡Uh no, es Mojo Jojo que vuelve con otro plan maligno! ¡Corre Saltadilla, corre por tu vida!”
“-¡Alcalde, debe hacer algo, llame a las Chicas Superpoderosas, rápido!”
“-Un momento señorita Bellum, que estoy terminando mi trenecito a escala, dígame, ¿no ha visto la pieza N° 35483?”
“-¡Muajajajaja! ¡No tienes hacia dónde escapar, Saltadilla! ¡Yo, Mojo Jojo, he creado un plan maléfico contra…!”
“-¡Detente ahí, Mojo!”
“-¡Chicas Superpoderosas! ¡No..!”
“-¡No permitiremos que…!”
-Papá, ¿por qué la apagaste? Esa era la mejor parte.
Si Andrés Alonso reuniera un bolívar por cada vez que se ilusiona y pensaba que el nuevo día le traería algo innovador, definitivamente se haría rico. El despertar calmado luego de la acostumbrada noche agitada con Anita de los martes, levantar a sus hijos para la escuela, luchar a muerte con la ridícula corbata de lunares, el desayuno de todos los días, cada cosa en su lugar, hecho religiosamente sin salirse de la rutina, era como si siguiera un horario establecido imposible de cambiar. Juraba que hasta los cinco minutos que duraba en el baño haciendo del cuerpo estaban estratégicamente contados. Pero ese día estaba siendo diferente, comenzando por el punzante dolor en la columna producto del resorte sobresaliente del colchón, que lo hizo llegar casi a rastras al baño sin contar que éste ya estaba ocupado por la hija mayor debido a que el otro se le había descompuesto. Ignorando el pequeño desperfecto, Andrés siguió con su mañana como cualquier otra, pero el mundo parecía estar en contra de ello.
La pequeña de la casa lo había obligado a salirse del camino directo hacia el desayuno al descubrirla embelesada con una caricatura de tres niñas cabezonas, aún sin vestir y con el transporte que la llevaría al colegio a punto de llegar. Más adelante se encontró a su mujer discutiendo con el quinceañero de su hijo por X cosa, con el desayuno ausente. Sin embargo, Andrés era de mente y fortaleza, así que ignoró esa serie de eventos desafortunados para su rigurosa agenda matutina y se despidió de la familia Alonso, esperando, algo nada ansioso, la larga jornada de trabajo que tendría en la oficina. Se montó en su camioneta Avalanche y puso en marcha sin mirar atrás.
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Caracas estaba colapsada. Luego de ser testigo de un sismo reciente, ese día la ciudad había decidido entrar en caos y en pánico. Suicidios o intentos de ellos en las vías del metro; peleas entre taxistas, moto taxistas y autobuseros; tráfico, colas; vagabundos vagabundeando; escasez de gasolina. El Apocalipsis estaba cerca y se reía a carcajadas de nosotros. Andrés Alonso seguía con su camino, atascado en una cola que no parecía ir a algún sitio; pero, lejos de inquietarse por eso o porque estaba llegando media hora tarde a su trabajo, logró encontrar una salida a su problema; una vía alterna que lo llevaría a un nuevo y diferente destino del acostumbrado: un café, un establecimiento impoluto y tranquilo, con una suave música de fondo y atractivos meseros de ambos sexos yendo de aquí para allá. Un desayuno ligero y un café fue suficiente para calmar los retorcijones de su estómago; pagó y no esperó mucho para irse e intentar probar suerte con el tráfico, después de todo ya tenía una hora y media de retraso, pero antes de salir y llegar a su carro, tropezó con una señora en medio de una multitud, ocasionando que un montón de bolsas de mercado cayeran al piso.
-¡A, mi’jo, como lo siento! No me fijé por donde iba.
-No se preocupe doña. Venga, le ayudo. – Andrés recogió el pequeño desastre que había ocasionado y se lo entrego caballerosamente. Se despidió y siguió adelante como si nada hubiera pasado, tambaleándose un poco.
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El día continúo su curso para Andrés Alonso o mejor dicho: El Hombre Araña, que había venido desde muy lejos para luchar con el Guasón en su nave Enterprise, sin embargo, el ambiente debía de tener Kriptonita en el aire, las nauseas y el vértigo al volar eran más fuertes de lo que pensaba y esperaba caer en el vacio…Hasta que apareció Pitufina y sus asexuados pitufos al ráscate. Antes de lanzarse al espacio exterior y quedar flotando en medio de la nada, El Hombre Araña, fue atendido con gentileza por esos pequeños seres azules, como siempre tan encantadores, le pidieron “Por Favor” si podía entregar “por las buenas” el Chip que activaba el único control remoto del universo capaz de abrir la mina de diamantes y oro en Plutón. Su aldea había sido destruida por un terrible tornado –el mismo que se había llevado a aquella niña al mundo de Oz- y necesitaban el dinero para subsistir. Pero fue detenido en plena entrega por un grupo rebelde de Hipopótamos con Tutu que bailaban el cascanueces, atropellándolo sin contemplación. Era un mal día para El Hombre Araña, las cosas se estaban poniendo negras en Ciudad Gótica y solo alguien podía salvarlo. Rudolf, el Reno de la Nariz Roja, que sin mirar atrás entro por una ventana, sin embargo sus intenciones eran malignas. Distrajo a El Hombre Araña contándole un chiste malo que lo hizo reír y reír tan pero tan fuerte que la casa de los tres cochinitos se desplomo en picada. Apareció Gruñón de inmediato, el Enano de Blancanieves, y sacó a coalición la madre de Gran Pitufo, que no aguantando tal insulto envió a Pitufina a luchar por él. Ella mandaba poderosos derechazos e isquierdazos, pero Gruñón era fuerte y utilizaba impresionantes técnicas kamikazes contra ella. Ajeno al pleito, Rudolf ya se había fugado con la Nave Enterprise, ahora jugaba una partida de todo o nada contra el Primer Oficial Spook mientras se robaba a su novia, la señorita Ujura. Si, era un mal día para todos en cuidad Gótica…
¡Pero! ¿Qué es eso? ¿Es un ave? ¿Un avión? ¡No! Es las Fuerza Policía de Unicornios Rosados que vinieron al rescate seguidos de nada más y nada menos que: Bob Esponja, quien hacía pompas de jabón, sin embargo, El Hombre Araña estaba cansado y soñoliento y por esa misma razón no tardo en caer rendido e inconsciente en medio del espacio, La Ultima Frontera.
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Un tren, un autobús, un avión o quizás el Titanic, a decir verdad no lo sabía pero digamos que uno de ellos tuvo que haberle caído en la cabeza. O quizás todos juntos a la vez. Era como volver en el tiempo al día después de su graduación. Y ahora se sentía gelatina.
-¡Esta despertando!
-Estoy sorprendido, es un hombre fuerte, y bien suertudo debo decir. De verdad que tuvo demasiada suerte señora Anita.
-Está algo pálido.
-¡Y como no estarlo luego de lo que tuvo que pasar!
-Cariño, ¿te encuentras bien, como te sientes? – “Define bien” quizás salir de sus labios pero su garganta estaba seca, y su labios pegados, solo un inentendible “Guaguaga” vio la luz. Anita le acero el vaso y le dio de beber.
-¿D-dónde estoy? ¿Q-qué paso? –Dijo. Miro a su alrededor, estaba en una habitación blanca y con el aire acondicionado a todo dar. Andrés Alonso, no recordaba nada de lo sucedido.
-Estas en el hospital. Andrés, si no hubiera sido por esa amable señora, quien sabe que horribles cosas te hubieran hecho.
Bien, ahora si que estaba confundido, la única señora que lograba recordar era la viejecita con la cual se había tropezado. El medico de aspecto de telenovela junto a su mujer, ambos comenzaron a explicar lo sucedido, confundiendo aun más a Andrés.
Asalto, droga, malandros, un vendedor de relojes, pelea en plena avenida… ¡Le habían robado la Avalanche!
Definitivamente, Andrés Alonso había deseado un día diferente, pero de lo que estaba muy bien seguro era de que aquello no era en lo que estaba pensando.

Desirée Moreno