16 mayo 2009

Unicornios Rosa al Rescate

Unicornios Rosa al Rescate

“Un día soleado en Saltadilla”
“-¡No, Monstruos, Ah!”
“¡Uh no, es Mojo Jojo que vuelve con otro plan maligno! ¡Corre Saltadilla, corre por tu vida!”
“-¡Alcalde, debe hacer algo, llame a las Chicas Superpoderosas, rápido!”
“-Un momento señorita Bellum, que estoy terminando mi trenecito a escala, dígame, ¿no ha visto la pieza N° 35483?”
“-¡Muajajajaja! ¡No tienes hacia dónde escapar, Saltadilla! ¡Yo, Mojo Jojo, he creado un plan maléfico contra…!”
“-¡Detente ahí, Mojo!”
“-¡Chicas Superpoderosas! ¡No..!”
“-¡No permitiremos que…!”
-Papá, ¿por qué la apagaste? Esa era la mejor parte.
Si Andrés Alonso reuniera un bolívar por cada vez que se ilusiona y pensaba que el nuevo día le traería algo innovador, definitivamente se haría rico. El despertar calmado luego de la acostumbrada noche agitada con Anita de los martes, levantar a sus hijos para la escuela, luchar a muerte con la ridícula corbata de lunares, el desayuno de todos los días, cada cosa en su lugar, hecho religiosamente sin salirse de la rutina, era como si siguiera un horario establecido imposible de cambiar. Juraba que hasta los cinco minutos que duraba en el baño haciendo del cuerpo estaban estratégicamente contados. Pero ese día estaba siendo diferente, comenzando por el punzante dolor en la columna producto del resorte sobresaliente del colchón, que lo hizo llegar casi a rastras al baño sin contar que éste ya estaba ocupado por la hija mayor debido a que el otro se le había descompuesto. Ignorando el pequeño desperfecto, Andrés siguió con su mañana como cualquier otra, pero el mundo parecía estar en contra de ello.
La pequeña de la casa lo había obligado a salirse del camino directo hacia el desayuno al descubrirla embelesada con una caricatura de tres niñas cabezonas, aún sin vestir y con el transporte que la llevaría al colegio a punto de llegar. Más adelante se encontró a su mujer discutiendo con el quinceañero de su hijo por X cosa, con el desayuno ausente. Sin embargo, Andrés era de mente y fortaleza, así que ignoró esa serie de eventos desafortunados para su rigurosa agenda matutina y se despidió de la familia Alonso, esperando, algo nada ansioso, la larga jornada de trabajo que tendría en la oficina. Se montó en su camioneta Avalanche y puso en marcha sin mirar atrás.
-o-o-o-o-o-
Caracas estaba colapsada. Luego de ser testigo de un sismo reciente, ese día la ciudad había decidido entrar en caos y en pánico. Suicidios o intentos de ellos en las vías del metro; peleas entre taxistas, moto taxistas y autobuseros; tráfico, colas; vagabundos vagabundeando; escasez de gasolina. El Apocalipsis estaba cerca y se reía a carcajadas de nosotros. Andrés Alonso seguía con su camino, atascado en una cola que no parecía ir a algún sitio; pero, lejos de inquietarse por eso o porque estaba llegando media hora tarde a su trabajo, logró encontrar una salida a su problema; una vía alterna que lo llevaría a un nuevo y diferente destino del acostumbrado: un café, un establecimiento impoluto y tranquilo, con una suave música de fondo y atractivos meseros de ambos sexos yendo de aquí para allá. Un desayuno ligero y un café fue suficiente para calmar los retorcijones de su estómago; pagó y no esperó mucho para irse e intentar probar suerte con el tráfico, después de todo ya tenía una hora y media de retraso, pero antes de salir y llegar a su carro, tropezó con una señora en medio de una multitud, ocasionando que un montón de bolsas de mercado cayeran al piso.
-¡A, mi’jo, como lo siento! No me fijé por donde iba.
-No se preocupe doña. Venga, le ayudo. – Andrés recogió el pequeño desastre que había ocasionado y se lo entrego caballerosamente. Se despidió y siguió adelante como si nada hubiera pasado, tambaleándose un poco.
-o-o-o-o-o-
El día continúo su curso para Andrés Alonso o mejor dicho: El Hombre Araña, que había venido desde muy lejos para luchar con el Guasón en su nave Enterprise, sin embargo, el ambiente debía de tener Kriptonita en el aire, las nauseas y el vértigo al volar eran más fuertes de lo que pensaba y esperaba caer en el vacio…Hasta que apareció Pitufina y sus asexuados pitufos al ráscate. Antes de lanzarse al espacio exterior y quedar flotando en medio de la nada, El Hombre Araña, fue atendido con gentileza por esos pequeños seres azules, como siempre tan encantadores, le pidieron “Por Favor” si podía entregar “por las buenas” el Chip que activaba el único control remoto del universo capaz de abrir la mina de diamantes y oro en Plutón. Su aldea había sido destruida por un terrible tornado –el mismo que se había llevado a aquella niña al mundo de Oz- y necesitaban el dinero para subsistir. Pero fue detenido en plena entrega por un grupo rebelde de Hipopótamos con Tutu que bailaban el cascanueces, atropellándolo sin contemplación. Era un mal día para El Hombre Araña, las cosas se estaban poniendo negras en Ciudad Gótica y solo alguien podía salvarlo. Rudolf, el Reno de la Nariz Roja, que sin mirar atrás entro por una ventana, sin embargo sus intenciones eran malignas. Distrajo a El Hombre Araña contándole un chiste malo que lo hizo reír y reír tan pero tan fuerte que la casa de los tres cochinitos se desplomo en picada. Apareció Gruñón de inmediato, el Enano de Blancanieves, y sacó a coalición la madre de Gran Pitufo, que no aguantando tal insulto envió a Pitufina a luchar por él. Ella mandaba poderosos derechazos e isquierdazos, pero Gruñón era fuerte y utilizaba impresionantes técnicas kamikazes contra ella. Ajeno al pleito, Rudolf ya se había fugado con la Nave Enterprise, ahora jugaba una partida de todo o nada contra el Primer Oficial Spook mientras se robaba a su novia, la señorita Ujura. Si, era un mal día para todos en cuidad Gótica…
¡Pero! ¿Qué es eso? ¿Es un ave? ¿Un avión? ¡No! Es las Fuerza Policía de Unicornios Rosados que vinieron al rescate seguidos de nada más y nada menos que: Bob Esponja, quien hacía pompas de jabón, sin embargo, El Hombre Araña estaba cansado y soñoliento y por esa misma razón no tardo en caer rendido e inconsciente en medio del espacio, La Ultima Frontera.
-o-o-o-o-o-
Un tren, un autobús, un avión o quizás el Titanic, a decir verdad no lo sabía pero digamos que uno de ellos tuvo que haberle caído en la cabeza. O quizás todos juntos a la vez. Era como volver en el tiempo al día después de su graduación. Y ahora se sentía gelatina.
-¡Esta despertando!
-Estoy sorprendido, es un hombre fuerte, y bien suertudo debo decir. De verdad que tuvo demasiada suerte señora Anita.
-Está algo pálido.
-¡Y como no estarlo luego de lo que tuvo que pasar!
-Cariño, ¿te encuentras bien, como te sientes? – “Define bien” quizás salir de sus labios pero su garganta estaba seca, y su labios pegados, solo un inentendible “Guaguaga” vio la luz. Anita le acero el vaso y le dio de beber.
-¿D-dónde estoy? ¿Q-qué paso? –Dijo. Miro a su alrededor, estaba en una habitación blanca y con el aire acondicionado a todo dar. Andrés Alonso, no recordaba nada de lo sucedido.
-Estas en el hospital. Andrés, si no hubiera sido por esa amable señora, quien sabe que horribles cosas te hubieran hecho.
Bien, ahora si que estaba confundido, la única señora que lograba recordar era la viejecita con la cual se había tropezado. El medico de aspecto de telenovela junto a su mujer, ambos comenzaron a explicar lo sucedido, confundiendo aun más a Andrés.
Asalto, droga, malandros, un vendedor de relojes, pelea en plena avenida… ¡Le habían robado la Avalanche!
Definitivamente, Andrés Alonso había deseado un día diferente, pero de lo que estaba muy bien seguro era de que aquello no era en lo que estaba pensando.

Desirée Moreno

20 abril 2009

Mi Estrella...

Mi Estrella
Solo una estrella brillaba en el firmamento, y solo aquella pequeña luz iluminaba su diminuto mundo. Indefenso y solitario, un niño contemplaba el cielo, se había adueñado de su ahora chiquilla lucecita. Era tan brillante y cálida, solo con verla el pequeño niño olvidaba aquellas penurias que su infantil alma sufría. Ella era su amiga su única compañera.

A veces él desconocía su nombre, tenía tantos que los olvidaba al instante. Bruscos, hirientes y groseros, le entristecía oírlos, lloraba en silencio en las noches, bajo el cuidado de su pequeño alborcito que lo consolaba, su estrella nunca le fallaba.

“Me pregunto, si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día.” Eran sus palabras entre lagrimas y gemidos, el niño siempre había soñado con alcanzar su estrella, aquella que solo debía estar encendida solo para él.

Carente de familia, repleto de dolor, solo era un que poseía un enrome corazón en el cual albergaba sueños y anhelos de cariño y de amor. Solo su diminuta estrella era amable con él, lo acompañaba a curar sus heridas y a veces le arrullaba con una dulce canción en las heladas noches.

Pronto el tiempo fue el tiempo fue pasando, rápido y cruel. El niño se volvió hombre, y su estrella un recuerdo. Había comenzado una nueva vida solitaria y austera, llena de aventuras que nunca supo apreciar, hasta que opto por encerrarse entre muros patéticos de su propia existencia. Exiliado por sí mismo, pronto olvido su pasado, frio y amargado desecho sus recuerdos, sus sueños sus esperanzas. Recordar era sufrir, soñar era lastimarse, tener esperanzas era una pérdida de tiempo. Solo seguía adelante sin propósitos, sin metas, solo por supervivencia.

Era un hombre que desconocía lo que quería, viendo el frente sin pestañar. Pero no duro por mucho. Tenía que aprender y cambiar, tarde o temprano su pasado volvería.
Una congelada noche, agitada en pesadillas y tormentas, un lastimero murmullo de socorro toco su puerta. Era una voz dolorosa y triste, pero le era tan familiar.

—Solo es mi imaginación…

Se dijo y siguió con su deber, la leña pronto se acabaría en su humilde cabaña. Pero se distrajo en el instante, el lastimero murmullo se convirtió en una suave y dulce tonada, una melodía tan triste que le arrebato lagrimas de sus ojos. ¿Qué era? ¿Por qué le partía el corazón oír esa melancólica canción? Sacudió sus tontos pensamientos, era una completa estupidez, solo estaba delirando…

“…Pequeño…”

Aturdido y confundido, hasta un poco asustado corrió al exterior recibiendo el cruel frio sintiendo helados latigazos golpear su piel. Buscó la dueña de la melodía, pero estaba solo junto a una pequeña lucecita en lo alto del firmamento.

“…Mi niño, ¿ya me has olvidado?...” ¿Quién era? Su vista nublada por la ventisca y la nieve le impedía ver algo, pero esa voz le era tan familiar. “…Vivimos tanto juntos, fuiste mi único amigo, te acompañe en tus lagrimas y tus pocas alegrías…Aun recuerdo como te arrullaba en las noches, como me pedias que te cantara hasta que te arropaba con mi luz y te dormías en mi regazo… ¿Aun no me recuerdas?...”

Sus rodillas cayeron al piso, ya no sentía el frio torturar su carne, ni el aliento faltarle. Aquella cándida luz solitaria en el firmamento intensifico su brillar, lo cegó por un instante sin dejar de derramar lagrimas de sus ojos, gotas heladas que bajaban como cristales por sus mejillas. Una cálida caricia y un tibio beso en la mejilla…

El ya sabía quién era ella…

Un último suspiro salió de sus labios, acompañado de solo dos palabras…

“Mi estrella…”

———————

Un niño y su madre paseaban por el parque. La mujer le relataba al infante una historia que su padre le había relatado de niña, sin embargo el pequeño no le prestaba la debida atención, cosa no tan rara en el niño, estaba más interesado en el firmamento nocturno. Dos estrellas junto a la luna, una al lado de la otra brillaban con increíble fulgor, como dos amantes, sus luces se abrazaban.

—Y entonces el joven y su estrella subieron al cielo para estar juntos por siempre…

—¿Cómo esas de ahí mamá? —señalo al cielo. Había alcanzado a oír el final de la historia, la cual le había decepcionado un montón al no ver en ella batallas y dragones como se esperaba.

Sin darse cuenta, su madre observo a donde su dedo apuntaba. Una luz nostálgica cruzo su mirada de inmediato.

—Si pequeño, como ellas…

Desirée Moreno

07 marzo 2009

Una Huelga Indefendible!!


Ensayo sobre una Causa Indefendible
“La tediosa existencia de los exámenes en la Universidad”


Desde que duramos más de once años en la escuela, tomando en cuenta el tiempo olvidado en el preescolar, llegamos a la tan ansiada época de libertinaje y libertad que es la Universidad. Pocos sabemos el secreto, ya que, tarde o temprano, ese espacio sin padres, totalmente idealizado, se convertirá, luego del primer mes, en un mercenario territorio de guerra sediento de nuestra personalidad, arrancándonos nuestra esencia y transformándonos en adictos al la cafeína y a la nicotina, los nuevos amigos del estudiante, luego del más codiciado, claro: el Blackberry. Repleto de rumbas sin sentido, de cantidades hasta rebosar de prospectos y modelos de dudosa preferencia sexual, solo hay un enemigo número uno, que aun desde a comienzo de los tiempos, nos atemoriza mucho más de lo que una estudiante de Comunicación Social intentando tener una conversación seria puede aterrarnos. Las pruebas parciales y finales.


Cada profesor tiene su estilo, algunos son condescendientes, otros no lo son, o solo se aparecen el día del examen por mero y puro placer de vernos derrotados, debido a que aquí el 90% de la población es mayor de edad y a veces se nos da por conocer nuestros derechos somos una terrible mayoría para el docente. Dejando a parte la cantidad inimaginable de cursos y talleres que son inocentemente nocivos para la salud por producir migraña y sobre-estrés, los exámenes son el cáncer de la universidad, aquel VIH que todos tenemos y que es inevitable y que solo se contagia con poner un pie en el campus. Pregúntense: ¿Para que son? Nos, como la jerga lo indica, “matamos” estudiando materias y temas completos hasta que nuestra materia gris se vuelva gelatina ¿y para qué? Para que venga una eminencia en su ramo y nos de con un fusil entre ceja y ceja mostrándonos lo peor que puede haber en el mundo, un CERO UNO.


Ahora, entremos en materia. Es de suponer que las pruebas parciales son y serán para probar que poder de memorización tienes, o si les has prestado atención a la eterna clase del profesor “fulanito” y si te ha quedado algo luego de tres horas sentando en el mismo sitio. Solo me permito agregar, desviándome del tema, la posibilidad de que la raya en cada uno de nuestros traseros desaparezca. Esa es la razón, ¿no les parece egoísta e injusta? Son una manera cruel y poco digna para humillarnos, si lo reflexionamos mejor nos podemos dar cuenta de la falta de necesidad de ello. Somos capaces de aprendernos mil y un canciones, ¡en ingles!, y debo decir que algunos van a un extremo más allá memorizándoselas hasta en japonés, vemos cantidades inimaginable de televisión que nos abre las puertas del mundo más allá del sofá donde duramos horas y horas vegetando, poseemos la habilidad de hacer una especie de fotosíntesis a base de chismes, conversaciones sin sentido, Messenger, internet a exageradas cantidades y soportar todas las películas de Juego del Miedo riéndonos cómodamente y cazándole hasta los pelones. Somos, en conclusión la generación del futuro mientras que un súper dotado genio tiempo atrás tuvo la excelente idea de crear los exámenes solo para hacernos quedar mal. Científicamente podemos demostrar los capaces que somos de conseguir un titulo y transcender mediantes trabajos, conocimientos que podemos manifestar en mitad de las clases con las intervenciones caídas del cielo, leyendo las caras guías, sacrificando uno que otro fin de semana estudiando hasta morir, asistir a clases y oír sin problemas interminables discursos que por muy tediosos que sean son material indispensable pero que todo lo anterior se pueda lograr. Pero, ¿aun así son necesarias las pruebas? No, solo son el dolor de cabeza que el Atamel tiene que exterminar, el anticristo que hay que exorcizar, sin sentido ni importancia.


Si de verdad quieren probar nuestra capacidad intelectual, les aseguro que las pruebas no son lo indicado. Por si se les ha olvidado, ya cruzamos la etapa del liceo y la primaria, hemos entrado en el raro mundo paralelo de la universidad, la entrada a la madurez absoluta, somos adultos y conocemos lo bueno y lo malo no es indispensable probarnos tan pobremente.


Desirée Moreno

04 febrero 2009

Homenajeeee a lo perveeeersooo!!!


Como una Golosina


Lo veía, pero no como se mira a otro particular, o como se ve a algo sin importancia, no, lo observaba con deseo, anhelo quizás, impaciente por acercarme a esa calidez, a aquel incitante y oscuro cuerpo que conozco tan bien y que me deja sin aliento y con ganas de más, que me da un sentir sublime, un sentimiento tan puro y mundano, que hace que mi cuerpo tiemble, que mi boca de haga agua y que mi cerebro reacciones a ese dulce y sugestivo sabor que me hace sonreír. Y por eso, no dejaba de verlo, admirarlo me dejaba deseosa de mas, obligándome a tomarlo. Cediendo al impulso de apreciar aquel sentimiento tan extraño que hace que mi ser se descontrole sin razón.
Lo sentí, tan suave y liso. Mis manos pasearon sus dedos por aquel cuerpo de alargada forma, chocando por esos tantos cuadros suaves que muchos envidian, pero que yo en ese instante estoy disfrutando de tocar, observándome dichosa de estar palpando algo que otro desea, pero no alcanza a tener. En definitivo, de nuevo había cedido a agregar el tacto a esa minuciosa lista, en donde he descubierto que sentirlo debajo de mi piel es tan eminente como verlo, pero, ¿Cómo será probarlo?
Me aventure a apreciar su sabor, descubriendo que mis expectativas estaban en lo cierto. Dulce, fuerte y un poco amargo, ese sabor salvaje pero exquisito y perfecto, dándome cuanta de la dicha de sentir ese sentimiento donde sonríes por todo a tú alrededor, inconsciente, casi estúpido, pero embriagador y excitante. De inmediato descubrí que este sentir tan sabroso solo era capaz de incrementarse. Su olor y su sabor me embriago.
El vicioso es dichoso de compartir este mismo sentimiento, desde este instante me obligo a pertenecer a ese club tan selecto, estoy viciosa. De su olor, de su suavidad, su sabor dulce y amargo, el rico aroma de tan delicioso espécimen, deja escapar algo de mi, algo de mi interior que esperaba con ansias salir de mis venas y llenarme de una dicha por todo mi cuerpo. Puedo hacer voto de que estoy temblando. He descubierto que su aroma me deja arrebatada de este sentimiento tan dulce y satisfactorio.
Pero para mi desgracia, todo termino antes de que pudiera acostumbrarme. Solo quedaban algunos vestigios de su color en mis dedos, limpiándolos con una servilleta vi las últimas señales de el irse por la papelera. Su sabroso y deleitable sabor solo había dejando un tenue rastro en mis labios, su aroma aun acariciaba mi ser, y aunque no podía verlo, solo tenía la vaga oportunidad de ver muchas copias de el en la vitrina a lo lejos, hasta la envoltura arrugada en el fondo del basurero fue la señal de que ya se había terminado. Un punto vacío. Deje de sentir su sabor, su textura, su aroma. Ya no podía tocar su chocolatoso cuerpo. Sin embargo, se que aun queda algo, el sentimiento interior que me dejo el chocolate.
Sonrió con ironía a penas esa línea mental desapareció en mi cabeza. Creo que a veces me dejo llevar por mis sentidos, tengo la certeza de que demasiado. Niego ante la situación sonriente, resguardando mis manos del frío caraqueño y me dirijo directo a mi próxima clase. Quizás mañana vuelva por otro chocolate. (XDDDDDD...!!)

P.D...Mentes cochinas!!!

Desirée Moreno

19 enero 2009

Crónica sobre la muerte de Jeanne d'Arc.

Crónica sobre la muerte de Jeanne d'Arc

Desperté aquella mañana, y supe inmediatamente lo que estaba por suceder. El grisáceo firmamento celestial que me acompañaba en mis días de poca gloria y desdicha me dirigía una efímera y casi fantasmagórica sensación de malestar e incomodidad.

Mi querido lector y aquellos curiosos que tuvieron la grata osadía de encontrar este mísero escrito.

Soy una humilde mujer francesa, o eso solía serlo, exiliada de su sangre, obligada pertenecer a un descendiente inglés desde infante, y por voluntad de aquel que me vigila con su magnificencia sobre su aura seráfica, he acabado por terminar hasta el último de mis días en Ruán.

Poco recuerdo de mi juventud y pasado, no se decirles con exactitud quien soy y de dónde provengo, olvidé lo relevante con el tiempo transitado con el pasar de mis días, pero logro recordar claramente mi nombre e identidad, Kassandra Estée, esposa del tercer hijo de un mercader de la familia Landor, Edvan.

Agrego, mi queridos lectores de esta rudimentaria escritura cubierta por hollín, miserias y lagrimas de dolor, que mi vida como una doncella terminó poco antes de poder afirmarla, fue entrega sin responder a los rudos brazos de una cruel familia que desprecia mi linaje francés, pero que aun así me mantienen cautiva de sus insultos y sus desprecios, sin embargo mi tiempo de libertad en este pequeño instante de paz que mi señor me ha otorgado en inconsciencia, se acorta, y tendré que ser presurosa con mis torpes manos mullidas por el quehacer y los castigos de mi ineptitud.

Siento un nudo en la garganta que me deja de ojos lagrimosos y corazón latiente con violencia con solo recordar la escena que mis ojos pudieron apreciar. Reconozco que mi sumisión e ignorancia deliberadamente me hacen desconocer aquellos conflictos a mi alrededor, fui criada para servir sin mirar, para efectuar sin pensar, obedecer sin esperar algo a cambio, pero mi ente no se alegra de no ser de plomo y acero como tuve que ser obligada a comportarme, veo a mi alrededor la triste y luctuosa, sombría huella que deja la odiosa batalla tras sus alargados pasos, que con sus manos y plantas ennegrecidas por la sangre y la soberbia dejan la marca de la desdicha que mis ojos son condenados a presenciar sus lóbregas consecuencias.

Pero trato de dejar atrás aquellos innecesarios y tristes pensamientos, deseo transcender en aquellos que toman entre sus manos este grueso pergamino y logran comprender mi emoción, mi tristeza, mi congoja.

Mi señor esa mañana se apiado de mi esquelético y enfermo semblante, mi piel transformada en el color del granito y las nauseas que me atormentaban, concediéndome un tregua libre de sumisión y obediencia, permitiéndome permanecer alejada de mis labores conyugales que el requería, y reposar en el lecho. Alumbrada por su generosidad, y por el extraño fulgor en aquellos olivos ojos, espero el instante correcto luego de ver su fornida y recia figura desaparecer y reúno las fuerzas que mi enfermo cuerpo reclama para tenderse en pie. Estaba en lo cierto, quizás mi entidad solo reaccionaba a su patético y gris entorno. Ese día, 30 de mayo, si mi memoria no intenta jugarme un jugarreta sucia e innecesaria, me producía la sensación de que algo importante, algo transcendental cambiaría muchos aspectos a mi alrededor. No logro comprenderlo del todo, sin embargo, si ustedes, mi fieles lectores, inocentes incrédulos, afirman estar presenciando las discrepancias de una adivina, me obliga a advertirlos que solo mi corazón es reinado por un presentimiento.

Sin perder las fuerzas y el tiempo, hago mis respectivos menesteres y salgo al casi metafórico invernal exterior que inunda las calles de Ruán con su superflua presencia.

Place du Vieux Marché, La plaza del Viejo Mercado, se encuentra ante mis ojos atestado de provincianos curiosos de Ruán, mi poco conocimiento de números me impide darles una cantidad aproximada de ellos, pero el pueblo entero de Ruán, al igual que centenares de soldados ingleses, me dan la bienvenida a la plaza con una cacofonía de sonidos que me aturdieron hasta casi hacer sangrar mis oídos, pero acostumbrada al bullicio de la medina a temprana mañana, solo me preocupo en no ser descubierta por mi señor cubriendo mi rubia cabellera de sus posibles ojos.

Comencé a conjugarme con la multitud aplastante y sofocadora logrando descubrir mí estimados lectores, que estaba próxima a ser testigo de una condena pública.

Logré escuchar a mi lado que dos mujeres de aspecto anciano murmuraban y se santiguaban con exagerado fervor, pero mi interés estaba en saber quién sería la victima criminal que tendría tan monstruoso y humillante final como el de morir bajo las llamas, pero nadie pareció responderme a mis solicitadas dudas, solo sonidos violentos y olores fuertes me embargaban hasta devolverme, sin mano amiga, mi incomodo malestar. Para aquellos que leen mis palabras fieles a dictaminarlos sobre este hecho tan acongojador y desdichado, en estos momentos reconozco que mis síntomas, se deben algo mucho más poderoso e importante, que ahora, me sentiré sumamente agradecida de que mis rezos a mi Señor Jesucristo se cumplan, y mi deseo se haga palpable.

Pero no es mi intención perderlos en mis cavilaciones sin sentido. Seguiré escribiendo mis palabras en este triste pergamino viejo.

Logré recuperarme con vigor, y me encaminé a un lugar apartado. Reconocer la escena que mis ojos estaban a punto de ver, no me agradaba lo suficiente, pero mi condición humana me hizo terriblemente curiosa, hasta permanecer expectante como los demás pueblerinos a mí en torno. Sorpresa mía me llevo cuando el insoportable bullicio cesa ante mis oídos, que me hace notar que toda la extensión que me rodea guarda un incomodo y casi aturdidor silencio, busco con mi mirada la razón de ese cambio tan repentino, hasta toparme con una imagen que me partió el corazón, y que tan solo un poco lo hizo parar.

Una joven, y aun lozana, era escoltada a la hoguera, con rudas esposas atando sus callosas manos, el cabello rapado y masculino le caía orgulloso por sus sienes mostrando un coraje que para mí fue en cegador, ella estaba a punto de morir como una criminal, como una hereje, pero aun así sus ojos no mostraban miedo, dejándome terriblemente avergonzada por mi falta de valor. Sus ropas blancas me recordaron a las pinturas de la iglesia, de aquellas que me alegra ver cuando me es permitido, las de mi Señor Jesucristo, su túnica de prisionera, blancas, y los detalles en ella, me hizo conocerla: Jeanne d'Arc.

Ustedes, que leen este nombre escrito, se preguntaran ¿Quién es dicha doncella, y cuál fue su crimen?

Nacida en Domremý, yo había podido escuchar de ella a hurtadillas cuando mi señor conversaba con sus camaradas en las tardes de un domingo después de misa, una guerrera que encabezo el ejército de mi antiguo pueblo francés contra los ingleses, prometiendo al Rey Carlos VII que los echaría de nuestro territorio, siguiendo rigurosamente los mandatos de Dios y sus Ángeles. Sin embargo, mi idea de su persona se veía remota comparada con lo que mis ojos veían.

Uno a uno fueron vociferados sus delitos y pecados, sepan perdonarme, mi insoportable malestar y los murmullos curiosos le impedían a mis oídos escuchar la voz grabe del vociferador, pero fueron agradecidos cuando lograron alcanzar sus ultimas palabras, "Jeanne, ve en paz, la Iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo secular."

¡Oh grácil y piadoso, Mi Señor! ¿Cómo es posible que tan noble y buena criatura tenga un destino tan atroz? Sin importar los crímenes voceados de manera humillante, ella solo se postro devota en sus lastimadas rodillas, con plegarias hacia tu impérenme ser, llenando de glorias tu nombre, invocándote a su lado, a ti, Mi Señor, y a tus subordinados Ángeles, implorando tu perdón por dichos crímenes, y algunos que quizás solo ella conocía. ¿Cómo era posible? El lastimero sonido del llanto se oía miserable ante mis oídos, provenientes de algunos curiosos, soldados y miembros del juzgado.

Una cruz de madera, símbolo de mi Señor Jesucristo, se le fue acercada, hasta besarla con devoción. Pobre criatura, era acompañada hasta la plataforma, dueña de su fatídico destino, sin cesar sus ruegos a entes Santas del paraíso.

Como miembro podrido, te hemos desestimado y lanzado de la unidad de la Iglesia y te hemos declarado a la justicia secular, fueron las palabras dichas por otro vociferador, justo antes de que un insulso e innecesario comentario de un soldado ingles se dejara escuchar, "¡Sacerdote! ¿Nos dejarás acabar el trabajo antes de la hora de la cena?"

Se dio la orden. El verdugo la sujetó a la viga, mientras clavaba un denigrante letrero que rezaba las siguientes palabras: hereje, reincidente, apóstata, idólatra. Mis sinceras disculpas, mis lectores fieles, pero su servidora aun se sumerge en las lágrimas con espectáculo tan bochornoso. Su fuerte y decidida voz rogó por una cruz a los Sacerdotes presentes, para que al morir, pudiera sentirse acompañada de Dios. Su petición fue cumplida, un sacerdote fue en su búsqueda, y al traerla fue recibido por las burlas de los estúpidos ingleses.

Entre sus letanías, un rudo comentario hacia aquellos que ríen, salio de sus temblorosos labios, "¡Ruán, Ruán!, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?" Pero solo le respondió el silencio. El fuego que le daría su muerte comenzó a consumirla, para el horror de mis ojos, pero sin embargo rogó piadosamente que la cruz que se alzaba a su frente, no fuera alcanzada por las llamas. ¡Santísima niña, que hasta en su propia muerte, se preocupaba por el disgusto que le pudiera dar a Nuestro Señor!

Sus lamentos y gritos eran escuchados, pero yo solo me mantenía clavada al polvoriento suelo, sin despegar mi vista de su dolor, sintiendo mis gruesas lagrimas caer por mis mejillas enrojecidas por la fiebre. Ella gritaba el nombre de Jesús, haciéndolo retumbar en mi interior, un efímero eco insoportable me aturdía, y poco a poco fui cediendo al miedo, a la compasión, al dolor y al sufrimiento, de ver a tan Santa Persona perecer como una hereje. Y perdí por completo el conocimiento, sumiéndome en una dolorosa inconciencia, no antes de sentir mi liviano cuerpo ser rodeado por unos calidos y fuertes brazos, de un aroma familiar…romero.

Lamentable es, que ya allá culminado su tragedia, la muerte de esta mujer mártir, pero no poseo mas recuerdos de aquel día, ni al menos la identidad de la caritativa alma, de aroma incitante y tiernos brazos, que me regresó a casa en mi estado durmiente. Mi señor desconoce mi escape, pero su indiferencia y casi hostilidad ha dado paso a una actitud, que aun no se definir, pero me hace sentir segura y relajada de sus ladridos de enojo. Pero, me siento conciente de su falta de interés en ello, sin embargo los complazco con la gracia de leer, que cada luna que ha bajado por el horizonte, rezo continuamente por La Santa Pucelle, esperando encontrarla al lado de Nuestro Señor Dios.

Desirée Moreno

10 enero 2009

Siempre me sentí dentro, hasta que te vi un día sin importancia y me vi al otro lado de la ventana...


Al otro lado de la Ventana


Siempre me sentí dentro, hasta que te vi un día sin importancia y me vi al otro lado de la ventana. No escribo sobre una persiana americana, no digo esto por algún fin de lucro, lo digo porque me canse de verte y espiarte por las rendijas de esta cortina que tiene un extraño y maldito dispositivo que no me permite abrirla y mostrarme delante ti, saludarte a través del vidrio que hay entre nosotros. Sé que me has visto, un poco creo, tienes que haberme visto de todos modos, siempre estoy donde tu estas ¿raro no? Si yo digo lo mismo, es raro, molesto ¡EL UNIVERSO SIEMPRE ME PONE AHÍ! Y a veces no quiero estar ahí, ser solo la extraña chica con la que te encuentras cada vez que volteas. No quiero ser esa chica, pero lo soy, y lo odio. Odio tener que verte tras esta ventana, y no poder salir de esta habitación donde todos los habitantes están siempre pendientes en recordarme lo lejos y lo cerca que estoy de ti.
Veo a otras chicas ser INMENSAMENTE felices: ¡Ellas si cruzaron sus ventanas! Y no solo ellas, también la puerta y caminaron tan campantes hasta ellos. Y yo, ¿Qué hago yo? Me escondo como una cobarde cada vez que tu mirada se encuentra con la mía. Es tan molesto que eso suceda, de verdad que a veces no lo logro soportar, tanto así, que me volviste una bomba de tiempo, una que esta por explotar, una que esta por lastimarse a sí misma en el preciso momento en que se resigne y decida nunca cruzar esa ventana frente a ella.
¿El mundo es injusto? Yo no lo creo así. Por mucho que digamos que el mundo es injusto, es una total mentira. Cada uno de nosotros estamos en una línea de fuego, y no resulta injusto que nos disparen, nosotros mismos hicimos que nos sacaran del juego. Por eso no es injusto que yo esté aquí, y tu allá. Yo misma me hice mi tumba, y aquí estoy, al otro lado de la ventana, llorando y dejando caer palabras como un árbol deja caer sus hojas en invierno. Pero…es un poco injusto, ¿sabes? Sé que dije todo aquello sobre que la injusticia no existe, pero soy de naturaleza terca y creyente, y tengo una pequeña esperanza en mi interior de que todo esto en verdad sea una injusticia que tarde o temprano será aclarada…y, quizás, podre al fin abrir las persianas, sonreírte, verte responderme dándome la señal de acercarme a paso lento hasta a ti…Quizás así la ventana se abra al igual que la puerta, diciéndome “!Hey tu! ¡Muévete que se te va! ¡¿Qué esperas tarada, mueve el trasero y corre hacía él?!”
Pero soy demasiado optimista y soñadora. Creo fervientemente que las cosas van a resultar tal como espero y ansió y mi karma me las devuelve al revés con una incómoda patada que me regresa dolorosamente al mundo real. ¿Y es justo? ¡CLARO! Siempre me estoy diciendo lo tonta que soy por esperar demasiado de mi, y siempre recaigo en lo mismo, lucho contra mi diciendo lo muy equivocada que estoy. Pero termino por descubrir que perdí esa batalla, y no elegantemente, más bien, pierdo patéticamente luego de ser lanzada al piso hasta hacerme sangrar.
Y te digo: ¿Vez lo que provocas? Estoy detrás de una ventana la cual no puedo atravesar, solo puedo asomarme por un pequeño agujero en la cortina solo para verte. Cobarde, triste y patético. Les digo a los demás que es pena lo que me lo impide. Pero es mentira. Es miedo, tengo miedo de caerme en el camino, tengo miedo de ti. Y me resulta tétricamente cierto, me da escalofríos llegar a ese punto. ¡Tú me aterras! Estoy tan perdidamente enamorada de una imagen, de una que tú creaste de ti mismo ante mis ojos, que siento que no te conozco. Le temo a lo desconocido, y lloro por ello.
Una ventana se puso ante a mí cuando te vi por primera vez, podía verte, normal, podía ver a otros, normal, pero llego un momento donde una noche, alguien puso una cortina en la ventana, una totalmente invencible, una que aun no puedo quitar, y deje de verte abiertamente. Me vez, pero a la vez no lo haces. Solo sabes que estoy ahí, mirándote pasar por la calle, sabes que te vigilo, sabes que solo soy una total psicópata que te sigue los pasos, que siempre esta donde tu estas. Que te mira a través de una ventana cerrada y no puede más abrirla para que al fin puedas conocerla ó ella al fin conocerte a ti.
En este instante me has hecho llorar. Y lo aun más triste de todo, es que de verdad me estás haciendo daño, ambos, tú y yo me lo hacen, y lo dejo pasar. Lo dejo pasar tontamente, y es que no puedo hacer nada para cambiar ese hecho. Debo ser masoquista, pero es que es imposible salir de este lio en el que me metí por ti. Me haría inmensamente feliz que esta ventana no sea un obstáculo, que por fin pueda acabar con este miedo que te tengo, que al fin consiga atravesar mis problemas y acércame sin peligro de caer, descubrir que fui demasiado tonta y que nada paso en realidad, que todo fue mi imaginación. Pero…nunca soy lo realmente feliz, siempre habrá algo que volteara de una bofetada mi alegría, dejando como única opción lamer mis heridas en un rincón apartados de todos.
Y en este instante, eso hago. Atiendo mis heridas a un lado, donde nadie me ve, donde no estoy en peligro de que se burlen de mí por lo tonta que soy por tan solo si quiera pensar que un día cruzare esta ventana.
Y digo: Siempre me sentí dentro, hasta que te vi un día sin importancia y me vi al otro lado de la ventana. Por eso espero paciente, viéndote por el agujero de la cortina, que un día…tan solo un día, pueda cruzar la ventana y estar al otro lado.

Desirée Moreno

Caos. Piensa lo que haces, posiblemente este por llegar...



Caos. Efecto Mariposa

Justo en ese momento llego a la conclusión. El caos se volvió mi propio destino, lleno de perdición. El simple aleteo de una mariposa, es capaz de oírse a kilómetros de distancia. Pude oír el débil murmullo de la desgracia, pero lo ignoré por completo, creyendo discreto, que el camino aun no estaba hecho.
Ahora, había presenciado ya, cómo gota a gota, aquella carmesí sangre ya había dejado de emerger de la herida, dejando aquellos ojos ciegos de vida, que tanto tiempo me había jactado de figurar, en las frías y vacías páginas de un altar a la hegemonía, que su hermoso ser significaría, muchos antes de terminar con su vida y llevarla hasta al final. Pero borro sus recuerdos, de mi mente perturbada, que sin querer ha vuelto a encerrarse ensimismada.
Es que tan perdido en medio de mi misma oscuridad, con la luz artificial que alumbra el resto de mis días, paso la mañana esperando el reto del día. Recordando con pesar, aquello que me fastidia, pero que aun así duele, con extrema alevosía, ya que veo injusto, que dicha desgracia disfrute mi terrible malestar. Busco razones, en momentos de ocio e irritación, el significado de mi vida, aquellas preguntas caprichosas, que no salen de mis labios, pero que aun así atormentan mi estado, pero no logro conseguir la calma a mis dudas con respuesta acertadas, solo el silencio me susurra, su incomodo murmullo, aquel que me hace temblar en mis momento de cordura.
Un hombre de muchas lunas, comenzaba su rutina. Su alrededor bullicioso, ignoraba la noticia matutina, emitida por un canal nacional desde una vitrina. Paso frente a sus ojos, ignorantes de mi presencia, que solo se limitan a dejar pasar mi esencia, mientras sumido en sus labores, sigue sin muchos honores, aquellas tareas de contornos entorpecedores. Ilusos seres llenos de discordia y caos, malditos culpables de mi horrible pesar. Los veo con maldad, esperando que sus tristes vidas se destruyan al mismo tiempo con mi caminar, tal como se hizo con la mía, pero sin perder el tiempo, vuelvo a retomar mis pasos, que apurado estoy en llegar.
Hace algunos días atrás, juraba por mi bendita suerte, repleto de respeto, todos alababan mi grandioso brillar. Alegre de mi dicha, no esperaba que la cuita me tocara la puerta sin avisar. Como el aleteo de un mariposa de bellas alas, provistas de encanto y color, pequeñas y débiles, así eran las señales que se presentaban, desprovistas de dureza y significado, que totalmente avisado, las ignore estúpidamente, concentrándome en aquellos hechos que hacían de mi sonrisa un monumento que admirar. Junto a mi esposa e hijos, me digne irrespetuosamente a seguir de largo las toscas rocas, pisándolas, inconsciente del daño que me acababa de ocasionar.
Cuidado amigos míos, con aquellas inoportunas piedras de desgracias y tristezas, que como las alas de una mariposa, son capaces de moverse y formar, desde un simple hecho, el irremediable caos, que con tan solo una pisada de tus desprevenidos pies, explotan sin previo aviso entorpeciendo tus sentidos. Descubriendo al final, de que solo fuiste víctima, de un condenado destino, que con un simple murmullo de orden es capaz de arruinar la magnificencia de una vida entera. Sea grande, o sea pequeña.
Sigo el camino, destinado hacia mi final. Sé que me esperan, en alguna parte de este mundo irreal, lleno de infinita crueldad, del cual solo cada uno es culpable, viéndome irremediable, en tan decadente listado. Ya que desavisado, logre destruir, con solo un movimiento, mi destino truncado. Llego hasta ese lugar desolado, donde ya no puedo ver sus rostros sonrientes, no, sus rostro sonrientes nunca existieron en realidad, solo era una efímera imagen que mi mente buscaba crear.
El frio me cala los huesos, siento mi cuerpo temblar, cada espasmo de dolor que soy capaz de soportar, me sumen en aquellas lagrimas que me había negado a liberar frente a ellos, que ocultos bajo la loza y la tierra y rodeados de cuerpos, se que ahora me observan, con aquella calma atroz que me aterra. ¡¿Pero que quieren de mi, almas sin fortuna?! Que con mi estúpida mente, logre destruir sin dejar rastro de alguna. Vine a no dejarlos solos, esposa e hijos míos, no importa el odio que me procesen, yo los logro entender ¡Dios mío!, ustedes solo fueron víctimas del caos avisado que yo mismo impuse, en sus perfectas vidas desprovista de desdichas.
Tomo entre mis manos, aquella cruel arma escondida en mi pecho. Su punzante final me llama, me pide a gritos que lo utilice, para así acabar con mi vida y llevarme con aquellos que extraño, ansioso de lo que el futuro me reparara. Una última sonrisa, una última mirada al mundo y entierro con devoción, el cuchillo en mi corazón.
Triste aquel que no sepa, que el caos se encuentra en todas partes, piensa antes de mover una pieza, no vayas a estrellarte. Me encuentro en un mundo extraño, desconozco su nombre real, ustedes le dicen infierno, yo le digo oportunidad, donde solo el caos reina, y tengo la esperanza de que termine en un parpadear. Pero es imposible, ser tan tonto al pensar, que mis pecados me salvaran por tan desastroso pasado.
Y justo en ese momento llegó a la conclusión. El caos se volvió mi propio destino lleno de perdición. El simple aleteo de una mariposa, es capaz de oírse a kilómetros de distancia. Pude oír el débil murmullo de la desgracia, pero lo ignore por completo, creyendo discreto, que el camino aun no estaba hecho.

Desirée Moreno