25 abril 2010

Luna

La mejor tarea de todas mis tareas…

Luna

Era un señor muy barrigón que siempre cargaba un lindo reloj. Con dos orejas largas, y un par de enormes patas que nunca paraban de brincar, estaba llegando tarde al baile real.

Con su trompeta de oro y su traje de terciopelo, el Señor Conejo Blanco cruzaba la luna con mucha rapidez, no quería perderse el primer vals esta vez.

Era el primer día que su mamá lo dejaba ir solo sin que su hermano le estuviera llevando a toda partes. Ya no tenía porque preocuparse de que su hermano mayor le avergonzara con sus amigos, no señor, Joaquín ya había crecido, era un niño grande casi un adulto y podía sencillamente cuidarse solo, además, solo iba a casa de Samuel a jugar con su nuevo video juego que le habían comprando en su cumpleaños. Quince o veinte minutos de su casa a la de Samuel, no podía estar tan lejos.

Pero ya habían pasado más de veinte minutos y nada que llegaba a su destino. Qué raro, su hermano siempre tardaba cinco minutos en llegar a cualquier lugar, con el carro de papá por supuesto –el de el lo había hecho estrellar contra un árbol la semana pasada, y solo Joaquín sabía de ello-. Cansado ya de caminar, se detuvo en medio del camino para descansar un poco las piernas, esto de ir andando y ser un niño grande comenzaba a producirle dolor y arrepentimiento. A un lado del camino estaba un jardín, un enorme jardín con todo tipo de plantas y flores con un banquito de cemento en el centro de la grama. Joaquín se habría quedado tranquilo si no fuera porque un niña ocupaba el único asiento en toda la zona, mientras lloraba sin consuelo, con la piernas abrazadas y el rostro oculto entre ellas. “Las niñas son muy fastidiosas y problemáticas” decía Joaquín, siempre lloraban cuando él y sus amigos le jalaban los cabellos bien peinados con sus trenzas, ¿Cuál era el problema?, ellos solo estaban jugando.

Pero esta niña lloraba como si tuviera un terrible dolor de panza y Joaquín sabía muy bien acerca de los dolores de barriga, así que se preocupo un poco. Su cabello rubio estaba muy desordenado y su vestido azul sucio y arrugado, quizás esa era la razón: lloraba porque su mamá le iba a regañar, y Joaquín sabía también los regaños que uno podía recibir si llegaba a casa todo sucio y con la ropa arrugada. Sin embargo, la niña lloraba con un gran sentimiento que comenzó a incomodar a Joaquín, casi obligándolo a berrear de la misma manera. ¡¿Pero como se iba a poner llorar?! “Los hombres no lloran” le decía siempre su hermano cuando le cambiaba el canal de TV o cuando le escondía su DS. Decidido a acabar con esa situación tan pesada, se lanzo hacía el banco y jalo un poco la manga del vestido para llamar su atención. De inmediato la niña paro de llorar.

― ¿Por qué lloras niña? ― pregunto. La pequeña tenía unos enormes ojos casi como un cielo, una mirada penetrante e inocente que de inmediato se quedo fija en Joaquín.

Sintiéndose un poco tonto, Joaquín recordó que nunca antes había hablado con un niña y esta no ayudaba mucho al pobre al quedársele viendo fijamente.

― ¿Por qué llorabas? ― pregunto nuevamente.

― Perdí al Señor Conejo Blanco ― dijo con un suave vocecita.

― ¿Tú mascota?

― No, es un señor muy barrigón y siempre carga un lindo reloj.

― Entonces no es un conejo, es un adulto…

― ¡No, claro que no! ― grito escandalizada ― Es un señor muy barrigón y siempre carga un lindo reloj. Tiene dos orejas largas y unas enormes patas, nunca para de brincar y va directo al castillo de la Reina y no debe tardar.

Joaquín estaba confundido, no sabía en que pensar. Pero de lo que si estaba seguro era de que más nunca le hablaría a una niña, el tenía razón después de todo, las niñas son muy complicadas y chillonas, solo su hermano era capaz de aguantarlas hasta para encerrarse con ellas en su habitación cuando mamá y papá no estaban en casa.

― ¿Sabes donde queda la Luna?

― ¿La luna?

― Si la Luna. El Sombrerero Loco y el Conejo de Pascua me dijeron que ahí vivía. ¿Me puedes decir donde queda eso?

― La luna solo sale de noche niña, eso todo el mundo lo sabe. ― espeto molesto, esa niña se estaba burlando de el.

― Ya veo ― sin darse por avisada de que Joaquín no estaba ya muy contento con su compañía se levanto sonriente y sacudió el polvo de su vestido. ― ¿Cómo te llamas?

― Joaquín.

― Muchas Gracias Joaquín ― y sin más ni más, le zampo un beso en la mejilla.

Asqueado, sorprendido y contrariado, Joaquín se había ido de espaldas. Una niña lo acababa de besar.

― ¡Una niña me beso, una niña me beso, qué asco, qué asco! ― exclamaba.

Limpiándose el rastro dulce y tibio del beso en su mejilla, quiso gritarle y reclamarle, pero Joaquín estaba solo. La niña del cabello rubio había desaparecido.

――――

La señora mamá de Samuel los interrumpió justo después de haber matado al veinteavo zombi, sin contar a los extraterrestres. Su papá ya lo había ido a buscar.

Después de ese encuentro extraño con aquella niña, Joaquín había corrido a su casa sin perder más tiempo. “Las niñas no desparecen como fantasmas tonto” le había reclamado su hermano luego de que por su apuro en buscar ayuda y una explicación, había interrumpido su llamada diaria a la casa de su segunda novia. Pero Joaquín estaba demasiado asustado para creerle, el lo había visto con sus propio ojos, -bueno, no lo había visto en realidad- pero era imposible que la niña se hubiera esfumado tan rápido.

Casi obligado, Jáun no tuvo más opción que llevar a su hermanito a su destino. “Este no es el momento de ser un niño grande” Se repitió Joaquín, si su papá o su mamá o su hermano podían llevarlo a la escuela o a alguna otra parte, el lo iba a aprovechar, aun era demasiado pronto para ser un adulto.

Ahora, adormilado en el asiento de atrás del carro de papá, Joaquín esperaba con ansias llegar a su casa y echarse en su cama a dormir. Había sido un día agitado asesinando zombis y extraterrestres en casa de Samuel. Papá discutía con Jáun, ya se había enterado del accidente que dejo inservible su auto, pero estaba tan cansado que lo ignoro por completo. Miro por el vidrio el cielo nocturno y se encontró con la Luna.

Ahí la niña rubia le saludaba, a su lado estaba el Señor Conejo Blanco, un señor muy barrigón que cargaba su lindo reloj, con dos orejas largas y dos enormes patas, brincaba con apuro al castillo de naipes de la Reina, mientras la niña pequeña intentaba alcanzarle.


Lo sé, lo sé…Es una extraña tarea para serlo ^^.Pero yo no soy quien para reclamarle a la docente en la Uni… Agradezco que se tenga respeto a este relato tal como el que yo le tengo a las obras de los demas…

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