25 abril 2010

Manos Sucias

Declaraciones de Doña María Santamarín de Monagas, testigo del hecho:

¡Estaba enloquecida! No nos dejaba acercarnos, creímos que era un poco inofensiva estuvo con nosotros durante cinco años y nunca tuvo ningún problema. De él, puede que me lo haya esperado pero de verdad que estoy sorprendida con esto, aunque también un poco asustada. Creo que son muy peligrosos.

¡AY! ¡Dios nos tenga en su gloria!

Treinta. De un mes que no logro recordar. De un año que definitivamente no me viene a la cabeza. Hoy, día tan dichoso y especial, me encuentro yo: Ernesto José de la Cruz Rosa Montoya Martínez, caminando y reflexionando por enésima vez, acerca de aquello que abarca mi existencia. ¡Calma, que no cunda el pánico! Que yo no vengo a aquí a marearlos y hacerlos buscar el sentido del universo. Miren que solo hago esto para hacer algo con mi ocio. Mi nalga izquierda no para de dolerme, y creo que me ha salido un nuevo moretón en la muñeca.

Ahora, creo que según mi reloj “biológico” faltan, si no me equivoco: dos horas y cuarenta y cinco minutos para que la puerta de este “centro” de relajación y salud se abra. –Dícese de centro de “relajación”, pero yo aun no he recibido la primera clase de Yoga-. Sinceramente no sé si Buda entrara por ahí, pero estoy seguro que la acostumbrada mujer de blanco, que según mis cálculos pesa unos 99,99 kilos, tocara pronto la puerta con su depravada sonrisota y su muy perra inyectadora. No se ha notado, pero mi odio a ambas es oficialmente extremo. En fin no tengo idea de porque llegue a decir algo tan absurdo sobre nuestra querida María, pero mis ansias de ver la próxima dosis tan cercana me hacen tardan en hacer vagabundear en mi cabeza. Así que retomo el tema.

Esta mañana había comenzado excesivamente bien. Las mismas paredes blancas, el mismo suelo blanco, ¡y el mismo techo blanco! Mis ropas, pulcras y blancas, estaban ordenadas y mis manos, por primera vez en la vida, igual. Limpias, no ordenadas. Me habían dado ganas de dibujar desde muy temprano así que tome el lápiz que escondía debajo del colchón y una hoja llena de numeritos borrosos y líneas de colores que me robe la última vez que visite aquel despacho tan oscuro y siniestro lleno de libros antiguos y diplomas. El sujeto barbudo y bonachón que me atendió aquella vez fue excesivamente amable, hasta me regalo un caramelo que me hizo dormir por un día entero. Hasta que Moby Dick hizo presencia con su arpón en manos y me despertó. Aquella enfermera me ponía los pelos de punta a veces.

Dibuje por horas. Tenía un bloqueo creativo, uno muy grande; tal como el que tuve aquella vez que se me ocurrió escribir una historia bien divertida sobre un grupo de enanitos homosexuales que llevaban un condenado anillo lejos de un perverso hechicero llamado Samán Van Leiden que quería comérselos. Sí, una gran historia. Si más no recuerdo el enanito se llamaba Frod, ¿o era Fred? Créanme que me molesto ver que mi original obra había sido plagiada por un tal Tolkin con un tal “Señor de los anillos”.

Finalmente logre sacar algo de mi cabeza. No saben lo que me contentó ver mi obra acabada, fue tal como aquella vez que un amigo y yo nos metimos la idea de hacer una película. Dos piratas, ¿o era uno? No lo recuerdo, pero era la película pirata más excelente que pude haber creado en mi vida. Pero aquí definitivamente no reconocen mi meritos artísticos. Corrí como loco por los pasillos a rebozar por gente incomprendida, tal como yo. Mi compañera del cuarto de al lado, Marilyn, de nuevo estaba debatiendo con el Señor George Elegante, un sujeto genial, con una labia impresionante y buen gusto para vestir, según Marilyn. Aunque fuera terriblemente excepcional que por mucho que me empeñe en verlo siempre se me presentaba como una imagen invisible. Bueno, así será la nueva moda en parís.

Sigo corriendo por el pasillo con mi obra de arte encerrada entre mis manos proponiéndome buscar una mente maestra que me defina aquello que acabo de crear en esa hoja de papel. Esta vez no quería alguien que pudiera robarme mi arte, no quiero que se repita el mismo caso de mi enanitos homosexuales. Ese Tolkin tiene suerte de que mis fans me tengan atrapado aquí sin poder ir a donde quiera que se encuentre y le dé un buen par de palazos, tal como le di a mi tercera esposa. La primera parecía tener muchas discordancias conmigo, la segunda pensaba que le era infiel…con mi voz de la conciencia, pero con la tercera fue definitivamente el punto de ebullición de esta cuestión.

—¿Ernesto?

Oh no, ¡pero miren quien está ahí! Es nada más y nada menos que la guapa Señorita Lucía, que con su acostumbrado atuendo blanco empujaba un carrito donde Marcelo estaba atado. Como siempre. A diferencia de la otra, esta era delgada, atractiva y siempre me sonreía. Nunca me salía con agujas, ni tampoco he tenido la oportunidad de ocupar su carrito. ¡Mala suerte Marcelo! Le esperaba la visita de aquel tipo tan excéntrico que siempre olía a medicamento y que le encantaba mirarnos, hasta tocarnos. A mi generalmente no me molestaba, pero he oído rumores de que puede ser una experiencia excitante, rumores infundados por Marilyn. Pero para ella todo puede resultar excitante.

—¿A dónde vas cariño?

¿Tenía que contestar? Espero que no. ¡Acaso no era obvio! Tenía el santo grial del arte en mis manos y ella me preguntaba ¿hacía donde iba?

Aunque, pueda que su pregunta no sea del todo errada, su presencia me distrajo y me hizo olvidar hacía donde tenía que ir. ¿Hacía donde tenía que ir? ¿Y qué hago con esto en la mano?

—Creo que lo he olvidado…—me rasco la cabeza, pero nada vuelve a mí. En mi mano la hoja de papel me alerta de su presencia, pero solo había un feo dibujo indescifrable. Debe ser un terrible mal dibujante el que hizo semejante cosa.

Un poco confundido me veo en medio del pasillo, Marilyn ha dejado de discutir con George Elegante, Marcel aun sigue adormilado atado al carrito y creo que más adelante esta Priora bailando el cascanueces, con sus cisnes y todos los unicornios necesarios para recrear el tan magnánimo show. Si, había una peste de unicornios y cisnes en este lugar. Ya descubrí que es imposible dormir con estos animalejos merodeando por ahí y también es horrorosamente imposible exterminarlos. Priora parecía quererlos mucho.

—Vuelve a tu habitación cariño. Ya me pasare por allá más tarde, no olvides tomarte aquellos sabrosos caramelos que te di ayer, ¿de acuerdo?

—Eh…si.

Ahora estoy de nuevo en mi habitación, reviso con parsimonia todas mis antiguas anotaciones. Se me había pasado por alto mis vespertinos ejercicios de física quántica, en realidad no se mucho del tema, pero Lucía siempre viene en las tardes para oírme hablar de ellas, creo que la excita de algún modo.

Sin embargo, un sonido un tanto fuera de lo común retumbo mis paredes. ¿Qué fue eso?

—¡Ernesto! ¡Corre, vamos! ¡De prisa! No tenemos mucho tiempo. —era Lucía, quien con el impecable traje blanco machado de rojo había entrado a voladas al cuarto. Parecía cargar una bolsa de plástico demasiado grande para sus bracitos y como soy un caballero redomado y experto, se la quite de las manos.

—¿Para qué? —pregunte mientras colocaba la bolsa a un lado. Estaba muy pegajosa y pesada y yo solo quería seguir revisando mis anotaciones. Estaba seguro que ese tal Einstein estaba equivocado con esa fórmula.

—No preguntes y apresúrate.

¡Dios me salve de no hacerle caso a una mujer! Son locas. Todo tiene que hacerse ya y ahora para ellas. Qué remedio. Amontono mis cosas, pero creo que Lucía está algo apurada porque no para de caminar de un lado a otro. Qué gracioso, creo que esto me recuerda aquel día que apareció en la noche e hicimos algo tremendamente divertido, aunque ella tenía mucha prisa en terminar.

―Listo

―¡Vamos, vamos! ¡Ya vienen!

―¿Quién viene? ―¡pero que maravilla! ¡Visitas!

―No, no. Esos hombres malos, tu sabes.

Yo lo único que alcanzo a saber es que no estoy presentable para las visitas. Mi ropa ya no esta tan blanca y limpia como siempre, esta muy manchada y huele mal. ¡Oh! Pero creo que no soy yo, es la bolsa que esta apestando, lo mejor es echarla al…

―¡Deja eso y larguémonos de aquí!

¡No digo yo! ¿Quién las entiende? Ahora estamos corriendo por los pasillos y no hay nadie que nos pueda detener, que cosa tan rara. Yo pensaba que la mujer de la agujas nos iba a flanquear el paso, pero nadie ni ella se opuso a que saliéramos del edificio. Comencé a oír unas sirenas…era como un canto celestial, un poco agitado, pero me arrullo mientras escapábamos Lucía y yo por el bosque que rodeaba el lugar.

Vi mis manos un momento mientras aun seguíamos escapando de una docena de hombres armados. Estaban manchadas de sangre…Y no saben lo bien que eso me hizo sentir…

“Las autoridades aun no consiguen a este par de fugitivos peligrosos. El Hospital Psiquiátrico del estado aun no logra dar con los implicados en la fuga de esta pareja de asesinos, diagnosticados como dementes y violentos. Se les pide que se mantengan en alerta en sus comunidades y parroquias hasta que las autoridades den con su paradero”.

——

Peleaste, reclamaste, buscaste apoyo en los demás para conseguir respeto por lo que haces…y aun así eres incapaz de otorgarlo…?

Las cosas que uno escribe cuando la lucidez mengua…

Lo obvio y natural apesta, es más interesante ir contra la corriente…

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